El gobierno de la ciudad ha elaborado un proyecto de ley para cambiar radicalmente la polución visual que afecta a la ciudad de Buenos Aires, para ello aplicará fuertes restricciones en cuanto a los
carteles y las
marquesinas de los comercios.
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Quieren poner fuertes restricciones a la publicidad en las calles de la Ciudad
Un relevamiento oficial reconoce que el 70% de la publicidad está en infracción.
El Ejecutivo porteño presentará esta semana un proyecto en la Legislatura para restringir los tipos de carteles publicitarios que se pueden instalar en las calles, iniciativa que seguramente despertará polémica. La idea es combatir la contaminación visual, porque, según admite el Gobierno, hoy el 70% de los carteles, unos 30.000, están en infracción.
Un primer cambio será prohibir los carteles con sponsor. Por ejemplo, un quiosco o bar podrá poner en la fachada del local su nombre, pero en el cartel no podrá haber marcas de gaseosas o golosinas. Además, se limitará mucho la colocación de marquesinas.
Luego, el proyecto plantea dividir la Ciudad en cuatro zonas. La primera será la que va desde el Riachuelo hasta la General Paz, entre el Río de la Plata y las calles Salta, Rincón, Junín, Santa Fe, Cabildo y otras (ver mapa). Es la misma zona que el Gobierno porteño propuso que sea nombrada "Paisaje Cultural Urbano" por la UNESCO.
Allí habrá fuertes restricciones a la publicidad. Los principales cambios serán que prohibirán los grandes carteles en las terrazas de los edificios. Y sólo se permitirán carteles rectos colocados en la fachada y que sólo se podrán ver parándose de frente a los locales. Es decir que no podrá haber más carteles salientes, visibles desde los laterales. Tampoco podrán tener luces.
La segunda zona será la de los alrededores del Obelisco y varias cuadras de Corrientes y Lavalle. Allí se permitirán más tipos de carteles y se incentivará a que se instalen equipos de alta tecnología, como pantallas electrónicas. Según explicaron en el Gobierno, la idea es convertir esa zona en una especie de Times Square porteño, en referencia a la zona comercial y de espectáculos de Nueva York.
El resto de la Ciudad serán las zonas 3 y 4. Allí tampoco se permitirán los carteles salientes, aunque los frontales sí podrán tener luces de fondo, por ejemplo.
Otro planteo novedoso es que se autorizará en toda la Ciudad la colocación de publicidad en las mediasombras de los edificios en construcción o en los que se esté arreglando la fachada. El objetivo es que la publicidad les dé fondos a los consorcios y los constructores para concretar esas obras. Esta idea había sido alguna vez pensada por el Gobierno de Aníbal Ibarra, aunque nunca la concretó.
Por otra parte, se permitirá a los edificios corporativos poner un "rótulo" con el nombre de la empresa que lo ocupe (como en algunos complejos de oficinas de Catalinas, por ejemplo). Y los que sean de una sola firma, como los supermercados, podrán colocar en sus fachadas alguna publicidad.
La necesidad de reordenar la publicidad callejera tiene que ver con el desborde que se ve actualmente. El ministro de Espacio Público, Juan Pablo Piccardo, aseguró: "Hay un total descontrol del Estado. El 70% de los elementos publicitarios que vemos en la calle está en infracción. Además, el Código de Habilitaciones vigente data del año 80 y es muy confuso y permisivo, lo que facilitó que todas las compañías publicitarias avanzaran sobre el espacio público. El nuevo código que queremos lanzar hace foco en el cuidado de la estética urbana y del patrimonio cultural y arquitectónico".
Por lo pronto, en lo que va del año la Comuna levantó 369 carteles ilegales e intimó a a unos 90 anunciantes. Los operativos se hicieron mayormente en Las Cañitas, los bosques de Palermo, la peatonal Florida y las avenidas Lugones y Libertador, entre otros lugares. El Ejecutivo parece haber tomado el tema como prioritario: de hecho, el jefe de Gabinete, Horacio Rodríguez Larreta, viajó a San Pablo a ver cómo puso esa ciudad en marcha su reglamentación sobre la publicidad callejera.
La polución visual no sólo es molesta sino peligrosa. Un estudio de la Facultad de Ingeniería de la UBA demostró que en las zonas donde hay mucha cartelería el riesgo de que los automovilistas se distraigan y sufran accidentes se triplica. De hecho, hace dos años que la Comuna viene combatiendo los carteles sobre las avenidas Lugones y Cantilo, por ejemplo.
El proyecto macrista deberá ser tratado por la Comisión de Espacio Público de la Legislatura, donde por ahora no hubo críticas. En el kirchnerismo, por ejemplo, explicaron que como el texto aún no les había llegado no querían hacer comentarios. En la Coalición Cívica, en tanto, adelantaron que están de acuerdo con limitar la publicidad en las zonas de valor patrimonial y con permitir que se ponga publicidad en las mediasombras de las fachadas de edificios para financiar los arreglos.
En el Ejecutivo porteño adelantaron que, una vez votada la ley, concederán plazos para sacar los actuales carteles. "Tuvimos conversaciones con empresas de publicidad en vía pública. Nos pidieron una norma menos restrictiva, pero reconocieron que la situación actual no beneficia a nadie", aseguró el ministro Piccardo. El Gobierno apunta a ordenar la mitad del espacio público en dos años, y el total en cuatro.
Fuente
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Mientras tanto y como un buen ejemplo de lo que se verá en el futuro:
Recuperación del espacio público:
Una cuadra de la Ciudad libre de polución visual
El Ministerio de Ambiente y Espacio Público del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires está realizando obras de regeneración urbana en la calle Esmeralda al 400, entre Corrientes y Lavalle.
Las obras se desarrollan en el marco de la declaración de interés del Centenario del Teatro Maipo, según el Decreto 246/08.
Los trabajos están orientados a recuperar el espacio público, a fin de que los vecinos vean
una cuadra de la Ciudad libre de polución visual y con veredas, calzada y edificios puestos en valor.
Algunas de las acciones que están en marcha son: reparaciones y bacheo de la calle, cambio total de las veredas con aplicaciones alegóricas al teatro, refuerzo de la iluminación pública, retiro de marquesinas y carteles, hidrolavado de fachadas, pintura integral de fachadas y balcones, y diseño de nuevas carteleras.
Fuente
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Sobre la polución visual
Un proyecto de ley busca solucionar el desastre de la cartelería porteña, un caos sin control y cada vez más acelerado. La idea es drástica, minimalista y sensata, y como señal de sus valores ya tiene la oposición cerrada de las cámaras del sector.
Por Sergio Kiernan
Uno es viejo cuando se da cuenta de que hace no tantos años las farmacias se encontraban, casi siempre en las esquinas, por un globito blanco luminoso. Era una de esas lámparas como de baño, una esfera lisa y simple con una cruz verde pintada, y una lamparita cualunque adentro. Con sus escasos sesenta watts, la farmacia aparecía sin problemas. Eran, claro, tiempos donde se aceptaba que de noche el mundo se pone oscuro y no era necesario iluminarlo tanto. Y tiempos en que los carteles eran más escasos, más chicos y más altos, con lo que se veían.
Otra cosa que esos carteles más solitarios y chiquitos tenían era la rara costumbre de informar. Decían “almacén”, “farmacia”, “heladería” y a lo sumo agregaban un nombre para el boliche en particular. Si era algo más grande –una concesionaria– bastaba el logo de la marca que se vendía. Raramente se incluía el nombre o publicidad propia de algo que se vendiera allí, costumbre entendible en una casa de electrodomésticos.
Estas ingenuidades pasaron y resultan tan lejanas como el parque automotor de los años ‘70, tan escaso que permitía estacionar sin problemas hasta en Belgrano. Buenos Aires se berretizó aceleradamente con la guerra nada fría de los comerciantes por destacarse en un paisaje cada vez más saturado. Como ya no teníamos problemas se nos agregó el indecible de la polución visual, nombre técnico del colorinche gritón que puebla toda cuadra donde haya más de un negocio.
La historia de cómo se ensució visualmente nuestra Ciudad es otro capítulo de la dejadez porteña, aceptada y condonada por sus sucesivos gobiernos, de los de a dedo y de los autónomos. Su gran motor fue la competencia darwiniana por hacerse ver, sobre todo en sectores comerciales. Primera Junta, Liniers, Santa Fe y Callao, las calles “de negocios” de todos los barrios, ni hablar de lugares como Constitución o el Once, imitaron el desboque del Centro con mayor o menor presupuesto. El resultado es que nuestra Ciudad tiene ahora una suerte de cinta colorida y caótica de carteles que en algunas calles –Rivadavia, Cabildo– amenaza con ser continua, y remates feísimos que rellenan vanos entre edificios o los coronan.
Este tipo de desmanes son típicos de los vacíos legales. La última regulación de la cartelería porteña –y hablamos de privados en lugares privados, no del actual debate por las cartelerías de propiedad pública, debate por separado– data de 1985 y es sospechosamente paupérrima. Esa ley habla de “espacios disponibles”, pone unos límites mínimos y deja hacer a los fabricantes e instaladores de carteles, y a los comerciantes. Es una ley para que la Ciudad –y los que cobran peaje– hagan su caja y nada más.
Pero la cosa no era tan grave porque la tecnología para hacer carteles era bastante limitada. Para hacer algo enorme había que pintarlo a mano o imprimirlo en pedacitos, técnicas lentas y caras. Los luminosos eran de acrílico y el precio limitaba su escala. Tal vez el peor problema era el abandono de las medianeras, donde quedaban carteles desteñidos por años y años, ya que la ley no obligaba a blanquearlas terminados los contratos.
Lo que pasó luego fue que se inventó el ploteo, que permite imprimir piezas únicas de gran tamaño y a un precio manejable. Para peor, el ploteo se hace sobre plástico, con lo que se inventó enseguida el backlit, que consiste simplemente en iluminar desde atrás al cartel, que deja pasar parte de la luz y brilla en la noche. El resultado fue el desastre visual en que vivimos.
La Legislatura porteña está tratando un proyecto de ley enviado por el Ejecutivo que resulta atractivo por varias razones: es drástico, es cuerdo, presenta bajas posibilidades de “peajes” y cambia el negocio publicitario sin arruinarlo. Se entiende que es un proyecto interesante porque las cámaras especializadas están en pie de guerra tratando de bloquearlo con frases como “no hace falta una nueva ley sino que se haga cumplir la que existe” y un activo lobby entre legisladores.
El proyecto es el hijo de amor de Tomás Palastanga, que ahora es director general de Política y Desarrollo del Espacio Público, pero siguió el tema desde la Legislatura por varios años. En rigor esta ley de cartelería es una parte más viable de una megaley –casi un código– en el que trabajó Palastanga junto con varios colegas y legisladores.
El autor admite que su proyecto es “muy restrictivo”, pero afirma que también es flexible y “menos robótico” que lo usual. Con un aire refrescante, Palastanga sueña con funcionarios que dejen de ser “robots que tienen un sello en la mano” y se dediquen a usar el sentido común, interpretando las leyes y siendo “arbitrarios en el buen sentido de la palabra, la de ser árbitros”. Esto puede ser una fuerte invitación al “peaje”, arma que suele torcer el sentido común, pero Palastanga es partidario del control interno múltiple y tiene un dogma de fe: la corrupción existe porque la gente no hace la denuncia.
El proyecto crea básicamente
tres tipos de zonas en la Ciudad. Uno es el
residencial, donde se retorna al cartelito indicativo, mínimo y poco molesto. Otro es la calle o
zona comercial de los barrios –verlas en el mapa sorprende: son muchísimas– donde se limitan draconianamente los excesos. Y la tercera es la tradicional zona cartelera de
Plaza de la República, que en esta ley es delimitada junto a la Lavalle peatonal y a varias cuadras de Corrientes. Aquí se permitirán, por tradición y porque es como una Times Square porteña, los gigantismos que no se podrán ver más en otros sectores.
Un elemento central en esta ley es que habla de “espacio urbano” y se presenta como una herramienta dentro de un proceso de ordenamiento ambiental de la Ciudad.
Esta ley toma muchos parámetros europeos, en particular de la flamante ley madrileña, y regula desde la intensidad de la luz sobre los carteles hasta los colores permitidos, cosas que parecen casi ingenuas dado el desorden en que vivimos.
El proyecto prohíbe cubrir las fachadas completamente, como suelen hacer por razones cabalísticas –o marketineras– las tiendas de electrodomésticos y las de celulares. También desaparece el “cajón publicitario”, en general luminoso, que reemplazó de hecho a la marquesina, igual que esos techos cribados de mensajes que deforman las avenidas y hasta muchas calles. Los coronamientos de edificios –esos enormes carteles montados sobre estructuras sobre departamentos y a veces hasta sobre casas– quedarán sólo en la Plaza de la República. Y aun allí tendrán un cambio notable, ya que menos de la mitad de su área total podrá ser cubierta. Como se ve en los dibujos que ilustran esta nota, los textos tendrán que ser letras “sólidas” sobre un fondo que en realidad no existe. El mensaje queda, el bodrio visual se va.
Seguramente esta ley desconcierte a los comerciantes y no va a faltar la legión de los que se consideran vivísimos que no piense que es una buena idea. El tema es que si se despeja, por ejemplo, toda una cuadra y todos pasan a tener carteles menores y no tan poluyentes, la competencia comercial se mantiene pareja. El conjunto será más invitante y elegante, como puede verse en la primera cuadra de Diagonal Norte –de la Catedral a Florida– donde varios locales se restringieron en sus publicidades y ganaron un aire de elegancia y confort que los hace atractivos.
Por supuesto que
la ley se aplicaría de inmediato a nuevas habilitaciones y gradualmente a lo ya existente, de modo de no crear una hecatombe de gastos extra. Además,
los gigantescos cajones publicitarios permiten esconder fachadas rotosas e instalaciones clandestinas, por lo general de aire acondicionado.
Será interesante seguir el tratamiento de este proyecto por las comisiones legislativas, y contar cabezas a la hora de votar. La idea tiene buen respaldo desde el Ejecutivo porteño, que evidentemente está apostando a algunas iniciativas de alto perfil y largas consecuencias para instalar su gestión. En este caso, el desastre ambiental de la cartelería se merece un límite drástico y una ley clara.
La zona del Obelisco será una excepción, con grandes carteles sí permitidos, pero con variantes ordenadoras. Los remates gigantes y cuadrados se deberán reemplazar por tipografías caladas y sólidas, más livianas visualmente. La tradicional esquina del Trust deberá ordenarse y la cuadra entre Corrientes y Lavalle, tan despareja en alturas, puede permitir la instalación de colosales televisores digitales para publicidad y noticias. Este tipo de saturación visual será única a la zona de Lavalle, Corrientes y la Nueve de Julio en las cercanías de la Plaza de la República. En otras zonas comerciales se eliminará esta escala y apilamiento caótico y competitivo de señales.
Fuente:
m2Página/12