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Posted Mar 16, 2011, 10:34 PM
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Vibraciones del pasado ...
Mis sinceras felicitaciones a todos los que han aportado material de sus recuerdos y vivencias sobre este desaparecido mito de la Buenos Aires que fué.
La web dá para todo, sin dudas. Y deseo agregar como un simple pero sincero homenaje un artículo de Carlos Ulanovsky publicado en la también desaparecida revista Panorama el 30/03/1971, cuando el Seaver ya tenía muchos recuerdos pero aún algo de vida por delante, al menos la esperanza de perdurar un poco más.(www.magicasruinas.com.ar)
Apenas excede el centenar de metros y pese a eso no es la más corta del damero porteño (el título lo ostenta San Lúcar de Barrameda, en Parque de los Patricios), ni la más estrecha (un trofeo retenido hasta ahora por Salala y Pescadores, dos pasadizos que no toleran un auto, en Flores). Se llama Seaver y es un auténtico pasaje, aunque para la denominación oficial regida por la Municipalidad, el término (pasaje) no exista. Nace al 500 de avenida del Libertador, entre Libertad y Cerrito, frente a la playa de maniobras de la estación Retiro. Juega de apócrifa continuación de Carlos Pellegrim y es la única de la ciudad que remata en una escalera, la más europea, curiosa y especial de las 2034 calles que serpentean la ciudad.
Está allí desde el 27 de abril de 1893, cuando todavía Libertador se llamaba Paseo de Julio, y Carlos Pellegrini, Artes. Tiene un piso por debajo del nivel de todas las calles, porque antes de ser lo que es fue refugio de desechos aluvionales que venían de otros rincones. Luego, por muchos años, albergó caballerizas, cocheras, despachos de leña y carbón, parador de estibadores, mala y buena gente, pitucos, malandras. Memora a Benjamín Franklin Seaver, nombre completo de cierto marino de la Confederación Norteamericana llegado a la Argentina en 1814 que trabajó al servicio de la flota y fue muerto en el río en dramática acción, poco tiempo antes de la célebre batalla de Montevideo.
Paseo predilecto de parejas de novios, de turistas; delicia de los maniáticos de la fotografía, calle decorado, pasaje teatral, es también —por su pronunciación— azote de los taxistas que no saben ni jota del inglés. "¡Ah!, ¿ésta es Síver? Claro, como yo le decía Se-a-ver, no me daba cuenta", suelen justificarse. La microcomunidad que habita el pasaje (una de las 500 calles cortas de Buenos Aires) está orgullosa de la cuadrita, "que cabe en una sola mirada". Tan snob, surreal casi, no tiene iguales: prueba sobrada de esto es el hecho de que muchos cortos de publicidad que requerían ambiente europeo se filmaron allí; parte de la película Mosaico (persecución de niñas a Federico Luppi) también se rodó en sus veredas.
HOLA, VECINOS. Una veintena de edificios, desde joyas arquitectónicas construidas medio siglo atrás por los famosos Villalonga y Milberg hasta estupendos conventillos, se agolpan en la cuadra; dos boites, los fondos de un restaurante (La Porta de Oro), de una agencia de automóviles acusada de distraer 50 millones de pesos viejos de su clientela, una casa rosada, otra blanca, una más ocre, una embajada (la de México), una historia, por fin, en cada puerta, en cada centímetro de prolijo adoquinado. De día es como de noche: casi siempre poca gente y una enorme serenidad. Apenas si la lluvia, la neblina, la llegada o la puesta del sol se atreven a modificar su estructura aparente. Hacia los fines de semana, cuando el sonido de la ciudad decrece, los altoparlantes de la estación Retiro filtran órdenes e informaciones entre los habitantes de Seaver. También se ve el río —no mucho—, los trenes maniobrando, la hora exacta de la Torre de los Ingleses, los aviones que parten desde el Aeroparque.
Los que saben a Seaver por su vida nocturna no tienen otro remedio que añorar a Amok, un cabaret que hizo época, por sus mujeres, por sus visitantes, por sus escándalos. Actualmente Amok tiene un pálido sucesor: se llama Can Can y desde hace poco tiempo actúa allí el ex artista plástico Federico Peralta Ramos, que suele irrumpir luciendo disfraces e invariablemente un casco con luces titilantes. No hay madrugada casi sin colisiones derivadas del alcohol, entre clientes que imaginan llevarse a tal o cual copera. La competencia de Can Can quebró no hace mucho: sobre lo que era Vudú una cuadrilla de obreros concreta una lujosa reforma edilicia, aunque no un cambio de ramo.
El TOUT SEAVER. Poco tiempo atrás se mudó del barrio con rumbo desconocido. "Se lo extraña, se lo extraña", gimoteó una vecina rubia. El añorado es un ex, mediocre, actor de los teatros de revistas y de las comedias rosaditas del cine argentino entre el ,40 y el 50: el galán Emilio de Grey, un picaflor que durante dos décadas habitó el edificio de bulines numerado con el 1637. Además de buenos recuerdos dejó jirones de su hobby —la pintura— animado por una temática obsesiva: el pasaje Seaver. Cantidad de sus óleos y temperas cuelgan en las paredes de departamentos del vecindario. "Siempre lo veía llegar, tostado en cualquier época del año, acompañado de alguna chica mucho más joven que él", rememora un portero.
En el número 1657 —quinto— reside el escritor Jorge Masciángioli (41), novelista y autor teatral (El profesor de inglés, Caramela de Santiago) desde 1966, en un departamento que supieron habitar —alternadamente— el modista Jamandreu, las vedettes May Avril y Xenia Monty, el poeta Martínez Howard. "Lo genial es el silencio, ideal para el que trabaja en su casa como yo. De muchacho cuando trasnochaba y venía a Seaver me preguntaba, ¿qué tipo de gente vivirá en esta calle?", cuenta Masciángioli. "Tiene clima de película de Luis Saslavsky de los años 50", decide el novelista. "Varias veces me tomé el trabajo de contar a los tipos que venían, cada noche, con autos descomunales a sacar coperas de enfrente. ¿Qué harán esos tipos de día?", se interroga angustiado.
Un poco más abajo, en el primer piso, habita el pintor Américo Meco Castilla, "también abogado, para vivir", junto a su mujer Carmita y la gata Justine. Desde hace 9 meses pagan 36 mil al mes por un excelente departamento que no tiene teléfono. Carmita eleva su protesta de ama de casa: "Para las compras el barrio es una porquería, todo está carísimo", precisa. Su anécdota más regocijante del Seaver: unos domingos atrás descubrió a los habitantes de un conventillo almorzando impresionante raviolada en la mitad de la acera. Y en lo que fue tosca carbonería, caballeriza poco refinada, el publicitario Enrique Grimberg (37) instaló Nictea, un emporio que según su dueño es el mayor estudio fotográfico de América latina. Ahora es una formidable casa blanca. Aunque porteño, Grimberg eligió Seaver "porque así presumo que estoy un poquito en Europa: esta calle, viejo, es París. Por otro lado, ¡qué paz! Imaginate, antes tenía estudio en Carlos Pellegrini y Córdoba: aquí hay siempre lugar para estacionar". Antes de instalarse, Grimberg convenció pacientemente a su propietario, Jacinto Farnese, en una tarea de ablandamiento que le demandó 14 años. "Me hice tan amigo que casi, casi lo heredé", miente el cotizado chasirete, orgulloso de la espléndida puerta colonial auténtica que ahora preside la casona.
LABORISTAS, Codeándose con Nictea, hay una casa pintada de rosa. En el frente una plaqueta reconoce: "A Chalo, sus discípulos de Seaver. 19-3-45". El tal Chalo es un famoso escultor desaparecido: Leguizamón Pondal. Por dentro es un solar ostentoso, que luce una joya como pocas: una escultura de tema hípico de Degas. Le hacen compañía rejas maravillosas, ambientes y plantas únicos, objetos de insólito valor. Curiosamente, allí —cuenta el dirigente político Cipriano Reyes— se fundó el ex Partido Laborista en 1943. Actualmente reside el banquero Raúl Salaberren y su familia. Frente mismo —la casa ocre— fue el recinto en el que en 1970 la escritora Luisa Mercedes Levinson presentó su libro La casa de los Felipes. Una deferencia de sus dueños, el marqués de Palavicini y su mujer, la escultora Ana Rosa Vieyra, "dos personajes", al decir de sus admiradores del barrio.
Otros habitantes prominentes: el arquitecto Enrique Blaquier (realizó parte de Ezeiza); el doctor Enrique Ruiz Guiñazú, designado recientemente embajador en la República Federal Alemana; el abogado Alberto Aguirre Legarreta; el periodista especializado en temas financieros Silva Garretón; la pintora Bibí Zogbé, maestra en temas florales. El parasociólogo Juan José Sebreli es propietario de un departamento, pero lo alquila; y en lo que era el estudio de danzas de la legendaria Ekaterina de Galantha hoy sólo se oyen los gritos de los karatecas de la academia Kumazawa. "Los que no viven por aquí, los ajenos, los que sólo vienen a pasear se notan en seguida", exagera Aguirre Legarreta.
Pero propios o ajenos, a todos les preocupa cierta dramática espada que bailotea amenazante sobre Seaver y su futuro: la cuadra está incluida dentro del plan de remodelación de la avenida 9 de Julio en su prolongación hasta Libertador. Por eso el actual bajón en alquileres y precios de venta dificulta allí el negocio inmobiliario. Un aliado de la maravilla de Retiro puede ser la burocracia estatal, un virus que —paradójicamente— puede salvarle la vida a Seaver, cuanto menos, por 15 años más.
Carlos Ulanovsky
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