Pablozar
Aug 11, 2008, 10:00 PM
Palacio Lezama: patrimonio urbano
Reciclar el pasado
Proponen oficinas con servicios cinco estrellas como destino para la antigua fábrica de bizcochos; incluye plantas libres y flexibles, terrazas y amenidades entre otros
http://www.lanacion.com.ar/archivo/anexos/fotos/33/581633.jpg
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Cuando en 1910 la familia Canale mudó su modesta panadería de la calle Defensa a las modernas instalaciones de Martín García 320, en Barracas, lo hizo con la plena certeza de que el negocio seguiría creciendo. Aunque los autores de aquel proyecto no imaginaron cuán lejos llegaría la fama de los bizcochitos: el nivel de la producción aumentó enseguida y, en consecuencia, el edificio empezó a quedar chico. Tan chico, que durante los años siguientes la empresa tuvo que anexar a la planta original al menos diez construcciones linderas, alcanzado la fábrica una superficie total de 30.000 metros cuadrados, distribuidos en cinco pisos.
Casi cien años más tarde, y de prosperar la actual iniciativa, ese caótico conjunto de hormigón y ladrillo se convertirá en el Palacio Lezama, un ejemplo de cómo la arquitectura industrial del siglo pasado puede insertarse en el paisaje contemporáneo y adaptarse a las exigencias del mercado inmobiliario. Después de estudiar las posibilidades, los actuales propietarios (Edelven SA, que ya desarrollaron Central Park, edificio de oficinas en Barracas) decidieron transformar la vieja usina de galletitas y mermeladas en oficinas con amenidades, precedidas por un gran sector comercial en la planta baja y el primer piso. La estrategia de hacer la edición 2006 de Casa FOA en la que fue una de las cuadras más perfumadas de Barracas sirvió no sólo para reabrir al público un sitio entrañable para la memoria colectiva, sino también para presentar en sociedad las bases de la futura ampliación y reforma del edificio, diseñadas por el estudio Mc Cormack.
"Descartamos la idea de hacer viviendas por las características de las plantas. Hay que destruir mucho para hacer ventilaciones y las ventanas de las fachadas son chicas -dice Gustavo Fernández, que junto con su padre compró la propiedad a la firma Kraft Foods, hace tres años-. Estamos escuchando la demanda. En principio, sabemos que serán espacios para alquilar porque queremos preservar el carácter de la construcción. Pero si una empresa quiere toda una planta, o sólo 100 metros, ésta se adaptará sin problemas al requerimiento del locatario."
Las sucesivas ampliaciones fueron trazando una geometría compleja, anclada en una manzana de forma triangular. Para eso, los arquitectos unieron las cinco plantas mediante una columna vertebral que agrupa ascensores, escaleras y baños. En las tres plantas superiores quedaron espacios flexibles para facilitar la división, y en la terraza ubicaron los amenities del complejo, que contará con gimnasio, piscina, solárium y spa, un salón de usos múltiples, áreas para fumadores, estacionamiento dentro del predio y en El Molino, un anexo sobre la calle Pilcomayo. En esa zona se ve la unión de las construcciones y la fachada es muy irregular, pero se aprovechó un sector con buenas proporciones y carácter para alinear el resto. "A medida que uno se aleja, el techo se ve caótico. Aparecen tanques gigantescos, un techo que se les fue de altura, otro de hormigón, otro metálico -explica Mike Mc Cormack-. Lo que hicimos fue calmar eso para no entorpecer la vista desde el parque, sobre todo porque la fachada de adelante es petisa. Para eso hicimos un trabajo de aterrazamiento, y pensamos en muros de vidrio que de alguna manera suaviza. Sobre la calle principal posee un telón o fachada que tiene poco que ver con la génesis del edificio de atrás, pero que agrupa hacia el espacio público principal de manera bastante homogénea." En la planta baja todavía existe una casa chorizo antigua que será destruida para generar una calle de acceso que oficiará como patio, y para llevar luz al interior de las plantas se aprovecharán unos pequeños patios interiores que estaban tapiados. "Era un desafío, pero encuentro belleza en la complejidad de los edificios industriales. Cuando se vacían y se tiran paredes suelen surgir esas estructuras adosadas unas a otras. Algo así nos paso hace poco, cuando proyectamos Los Molinos, en Puerto Madero. El encanto era entrar a operar ahí, teniendo a la vista las huellas que dejaron quienes lo pensaron antes."
Marina Gambier
Una receta con más de 700 huevos
Cuenta la historia que, en 1875, José Canale -inmigrante genovés- abrió una pequeña panadería en la esquina de Defensa y Cochabamba.
Tras su fallecimiento en 1886, su esposa y sus seis hijos tomaron las riendas del negocio que años más tarde alcanzaría niveles de producción industrial. Fue entonces que la familia decidió invertir en los primeros hornos de pisos giratorios importados de Italia que hubo en la Argentina. En ese edificio de la avenida Martín García se fabricaron kilos de galletitas, mermeladas, pan dulce y los famosos bizcochitos, delicias que endulzaban las madrugadas del barrio, y cuyas recetas nunca trascendieron, aunque se sabe que para elaborar los bizcochos se cascaban entre 700 y 1000 huevos diarios. Tal era esa demanda -los bizcochos rotos se conseguían a menos precio en la fábrica- que en un momento se decidió correr los molinos harineros a la parte de trasera del edificio e instalar un sector en el que se confeccionaron las latas, cuyos diseños fueron variando. En la muestra de Casa FOA hay un pequeño museo donde se exhiben algunas.
Para más información, www.palaciolezama.com.ar
Link (http://www.lanacion.com.ar/nota.asp?nota_id=850165)
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Reciclar el pasado
Proponen oficinas con servicios cinco estrellas como destino para la antigua fábrica de bizcochos; incluye plantas libres y flexibles, terrazas y amenidades entre otros
http://www.lanacion.com.ar/archivo/anexos/fotos/33/581633.jpg
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Cuando en 1910 la familia Canale mudó su modesta panadería de la calle Defensa a las modernas instalaciones de Martín García 320, en Barracas, lo hizo con la plena certeza de que el negocio seguiría creciendo. Aunque los autores de aquel proyecto no imaginaron cuán lejos llegaría la fama de los bizcochitos: el nivel de la producción aumentó enseguida y, en consecuencia, el edificio empezó a quedar chico. Tan chico, que durante los años siguientes la empresa tuvo que anexar a la planta original al menos diez construcciones linderas, alcanzado la fábrica una superficie total de 30.000 metros cuadrados, distribuidos en cinco pisos.
Casi cien años más tarde, y de prosperar la actual iniciativa, ese caótico conjunto de hormigón y ladrillo se convertirá en el Palacio Lezama, un ejemplo de cómo la arquitectura industrial del siglo pasado puede insertarse en el paisaje contemporáneo y adaptarse a las exigencias del mercado inmobiliario. Después de estudiar las posibilidades, los actuales propietarios (Edelven SA, que ya desarrollaron Central Park, edificio de oficinas en Barracas) decidieron transformar la vieja usina de galletitas y mermeladas en oficinas con amenidades, precedidas por un gran sector comercial en la planta baja y el primer piso. La estrategia de hacer la edición 2006 de Casa FOA en la que fue una de las cuadras más perfumadas de Barracas sirvió no sólo para reabrir al público un sitio entrañable para la memoria colectiva, sino también para presentar en sociedad las bases de la futura ampliación y reforma del edificio, diseñadas por el estudio Mc Cormack.
"Descartamos la idea de hacer viviendas por las características de las plantas. Hay que destruir mucho para hacer ventilaciones y las ventanas de las fachadas son chicas -dice Gustavo Fernández, que junto con su padre compró la propiedad a la firma Kraft Foods, hace tres años-. Estamos escuchando la demanda. En principio, sabemos que serán espacios para alquilar porque queremos preservar el carácter de la construcción. Pero si una empresa quiere toda una planta, o sólo 100 metros, ésta se adaptará sin problemas al requerimiento del locatario."
Las sucesivas ampliaciones fueron trazando una geometría compleja, anclada en una manzana de forma triangular. Para eso, los arquitectos unieron las cinco plantas mediante una columna vertebral que agrupa ascensores, escaleras y baños. En las tres plantas superiores quedaron espacios flexibles para facilitar la división, y en la terraza ubicaron los amenities del complejo, que contará con gimnasio, piscina, solárium y spa, un salón de usos múltiples, áreas para fumadores, estacionamiento dentro del predio y en El Molino, un anexo sobre la calle Pilcomayo. En esa zona se ve la unión de las construcciones y la fachada es muy irregular, pero se aprovechó un sector con buenas proporciones y carácter para alinear el resto. "A medida que uno se aleja, el techo se ve caótico. Aparecen tanques gigantescos, un techo que se les fue de altura, otro de hormigón, otro metálico -explica Mike Mc Cormack-. Lo que hicimos fue calmar eso para no entorpecer la vista desde el parque, sobre todo porque la fachada de adelante es petisa. Para eso hicimos un trabajo de aterrazamiento, y pensamos en muros de vidrio que de alguna manera suaviza. Sobre la calle principal posee un telón o fachada que tiene poco que ver con la génesis del edificio de atrás, pero que agrupa hacia el espacio público principal de manera bastante homogénea." En la planta baja todavía existe una casa chorizo antigua que será destruida para generar una calle de acceso que oficiará como patio, y para llevar luz al interior de las plantas se aprovecharán unos pequeños patios interiores que estaban tapiados. "Era un desafío, pero encuentro belleza en la complejidad de los edificios industriales. Cuando se vacían y se tiran paredes suelen surgir esas estructuras adosadas unas a otras. Algo así nos paso hace poco, cuando proyectamos Los Molinos, en Puerto Madero. El encanto era entrar a operar ahí, teniendo a la vista las huellas que dejaron quienes lo pensaron antes."
Marina Gambier
Una receta con más de 700 huevos
Cuenta la historia que, en 1875, José Canale -inmigrante genovés- abrió una pequeña panadería en la esquina de Defensa y Cochabamba.
Tras su fallecimiento en 1886, su esposa y sus seis hijos tomaron las riendas del negocio que años más tarde alcanzaría niveles de producción industrial. Fue entonces que la familia decidió invertir en los primeros hornos de pisos giratorios importados de Italia que hubo en la Argentina. En ese edificio de la avenida Martín García se fabricaron kilos de galletitas, mermeladas, pan dulce y los famosos bizcochitos, delicias que endulzaban las madrugadas del barrio, y cuyas recetas nunca trascendieron, aunque se sabe que para elaborar los bizcochos se cascaban entre 700 y 1000 huevos diarios. Tal era esa demanda -los bizcochos rotos se conseguían a menos precio en la fábrica- que en un momento se decidió correr los molinos harineros a la parte de trasera del edificio e instalar un sector en el que se confeccionaron las latas, cuyos diseños fueron variando. En la muestra de Casa FOA hay un pequeño museo donde se exhiben algunas.
Para más información, www.palaciolezama.com.ar
Link (http://www.lanacion.com.ar/nota.asp?nota_id=850165)
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